Debemos señalar que el parasitismo no es un modo de vida exclusivo del mundo animal, porque existen numerosas plantas parásitas. Podríamos citar, en primer término, un número impresionante de bacterias y de hongos; pero a pesar del interés que ofrecen, no podemos concederles nuestra atención, porque hay bastantes plantas parásitas más conocidas y que, además, se prestan mejor para ser ilustradas.
Una de las más características es el muérdago (Viscum álbum), que vive sobre las ramas de ciertos árboles como el álamo, el peral, el manzano y, sobre todo, la encina. Plinio el Viejo, el naturalista romano que pereció en el año 79 de nuestra era, a consecuencia de la erupción del Vesubio, contaba que los druidas concedían misteriosas virtudes al muérdago, que cada año cortaban con gran pompa, sobre la encina sagrada, utilizando una hachuela de oro.
El muérdago no echa raíz en el suelo como todas las plantas normales, sino que se prende a la corteza de una rama; los jugos de la planta le sirven de alimento, por lo cual el muérdago es un verdadero parásito.
Las semillas son diseminadas generalmente por los pájaros y, si caen en un lugar cualquiera de la rama, se observa muy pronto la aparición de una pequeña raíz, que se vuelve en todas direcciones hasta alcanzar la corteza a la cual se pega formando una especie de cápsula.
Del centro de ésta sale una excrecencia, que penetra en la corteza y llega a la parte leñosa de la rama. Esta excrecencia se llama buzo y alrededor de ella la rama de la planta nodriza forma en seguida una nueva capa leñosa, el famoso anillo anual. Una serie de capas celulares se forma cada año a nivel de la excrecencia, que se va agrandando.
Luego aparecen pequeñas raíces que, a su vez, desarrollan nuevas excrecencias. Paralelamente al crecimiento de las raíces, se asiste al desarrollo de la planta al aire libre y así vemos cómo aumentan de volumen las ramas y las hojas.
Una de las más características es el muérdago (Viscum álbum), que vive sobre las ramas de ciertos árboles como el álamo, el peral, el manzano y, sobre todo, la encina. Plinio el Viejo, el naturalista romano que pereció en el año 79 de nuestra era, a consecuencia de la erupción del Vesubio, contaba que los druidas concedían misteriosas virtudes al muérdago, que cada año cortaban con gran pompa, sobre la encina sagrada, utilizando una hachuela de oro.
El muérdago no echa raíz en el suelo como todas las plantas normales, sino que se prende a la corteza de una rama; los jugos de la planta le sirven de alimento, por lo cual el muérdago es un verdadero parásito.
Las semillas son diseminadas generalmente por los pájaros y, si caen en un lugar cualquiera de la rama, se observa muy pronto la aparición de una pequeña raíz, que se vuelve en todas direcciones hasta alcanzar la corteza a la cual se pega formando una especie de cápsula.
Del centro de ésta sale una excrecencia, que penetra en la corteza y llega a la parte leñosa de la rama. Esta excrecencia se llama buzo y alrededor de ella la rama de la planta nodriza forma en seguida una nueva capa leñosa, el famoso anillo anual. Una serie de capas celulares se forma cada año a nivel de la excrecencia, que se va agrandando.
Luego aparecen pequeñas raíces que, a su vez, desarrollan nuevas excrecencias. Paralelamente al crecimiento de las raíces, se asiste al desarrollo de la planta al aire libre y así vemos cómo aumentan de volumen las ramas y las hojas.
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